Autor: Pedro José Guédez Giménez
25/11/2025 5 visualizaciones
La práctica de la lectura cumple múltiples fines. Incluso cuando leemos por simple diversión, el acto en sí nos invita a pensar. Ahora bien, ¿leemos para reflexionar o solo para informarnos? Por la prisa con la que lo hacemos y por la brevedad de los textos que solemos elegir, podríamos intuir que ya no hay tiempo para pensar mientras se lee.
Entonces, ¿cuál es el sentido de leer si la esencia del acto se está perdiendo? Hoy en día vamos tan deprisa que parece que leer exige un lujo que no siempre podemos permitirnos: tiempo. Pero precisamente por eso leer sigue teniendo sentido. La lectura es una pausa voluntaria, casi un pequeño acto de resistencia contra la velocidad del mundo. No se trata solo de consumir historias o información, sino de concedernos un espacio propio en el que podamos pensar, sentir y respirar con calma.
Además, la lectura no solo nos conecta con nosotros mismos, sino que también nos permite palpar el mundo en sus diversas formas, reflexionar sobre él y descubrir nuestro papel a partir de lo que encontramos en las páginas. Leer no desaparece porque dispongamos de poco tiempo; simplemente cambia su función. Puede transformarse en un refugio, en un modo de reconectar con uno mismo incluso en pequeñas dosis: unas páginas en el transporte, antes de dormir o en una pausa consciente.
La esencia no reside en cuánto lees, sino en cómo la lectura te permite detenerte —aunque sea un instante— y habitar un ritmo distinto al que te impone el día a día. No podemos asumir la lectura como una carrera en la que quien lee más es quien gana, porque si corremos no hay pausa, no hay reflexión. Si sientes que la esencia se pierde, quizá baste con recuperar esa mirada lenta, aunque sea un minuto cada vez. A veces, una sola frase bien leída puede valer más que cien páginas recorridas con prisa.
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