Autor: Milagros Coromoto García Cardona
24/11/2025 25 visualizaciones
Milagros García, Beatriz Veracoechea y Úrsula Puentes
Las universidades enfrentan hoy el reto de garantizar la calidad y pertinencia de sus procesos formativos. Una de las vías más efectivas para lograrlo es la actualización de los diseños curriculares. El Ministerio de Educación Nacional y la Universidad EAFIT (2023) destacan que las instituciones de educación superior viven una doble presión: por un lado, deben responder a la creciente demanda de formación especializada en un mundo económico cambiante; por otro, necesitan asegurar que el conocimiento impartido aporte una visión científica y crítica que las sociedades modernas requieren.
Este desafío se conecta directamente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en particular con el número 4: Educación de Calidad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) subraya la importancia de garantizar acceso universal a una educación superior de calidad y de generar competencias técnicas y profesionales que permitan acceder al empleo, al trabajo decente y al emprendimiento.
En América Latina, el diseño curricular ha cobrado relevancia porque se espera que los profesionales desarrollen tanto competencias académicas como personales. Riveros (2025) plantea que el currículo debe ser una guía para la transformación universitaria, preparando a los estudiantes no solo para el mercado laboral, sino también para ser ciudadanos críticos y comprometidos con el desarrollo sostenible y con una sociedad más equitativa y consciente de su diversidad cultural.
Responder a estos retos implica que las instituciones de educación superior desarrollen mecanismos de aprendizaje organizacional. Avendaño Vásquez (2014) explica que este aprendizaje ocurre cuando la comunidad educativa participa activamente en el diseño y mejora de sus prácticas. En otras palabras, no se trata únicamente de modificar planes de estudio, sino de transformar las formas de actuar y de comprender la enseñanza.
Una gestión curricular que involucra a los docentes en el rediseño de los programas permite que ellos comprendan mejor los propósitos formativos y su relación con las competencias, las metodologías y las evaluaciones. Además, les ayuda a valorar el papel de sus asignaturas como parte de un proceso progresivo de formación. Este enfoque fomenta el trabajo colaborativo, pues ningún plan de estudios puede construirse de manera aislada: requiere la participación de múltiples voces y saberes.
El rediseño curricular en la educación superior no es solo una estrategia de actualización académica, sino un camino hacia la transformación institucional. Al integrar calidad, sostenibilidad y participación activa de la comunidad educativa, las universidades pueden formar profesionales capaces de enfrentar los desafíos del presente y del futuro.
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