Autor: Pedro José Guédez Giménez
19/11/2025 31 visualizaciones
El aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que consumimos y el clima que nos permite habitar el planeta provienen de la naturaleza. Si la destruimos o degradamos, comprometemos no solo nuestra salud y bienestar, sino también el futuro de las próximas generaciones.
Persiste la falsa creencia de que todo lo que ocurre fuera de nuestra casa es responsabilidad exclusiva del Estado, que existen organismos encargados del ornato y del cuidado ambiental, y que, por tanto, no tenemos por qué asumir la responsabilidad de nuestros propios desechos. Sin embargo, tener conciencia ambiental significa comprender que somos parte de la naturaleza y que nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, inciden en su equilibrio. De nada sirven los discursos en favor del ambiente si no nos involucramos activamente desde nuestros hogares, comunidades, trabajos y centros de estudio.
La responsabilidad ambiental no recae únicamente en los gobiernos o las empresas: cada persona, con sus hábitos y decisiones cotidianas, contribuye al deterioro o la preservación del entorno. No obstante, los gobiernos tienen una gran cuota de responsabilidad en la explotación minera desmedida, que ha llevado a un colapso ambiental, y las grandes industrias continúan contaminando mares y aire con una alarmante impunidad, pese a las denuncias constantes de los movimientos ecologistas.
No basta con entender el problema: es necesario sentir el vínculo que nos une a la naturaleza. Asumir colectivamente esta responsabilidad implica reconocer nuestra interdependencia con todos los seres vivos y actuar con ética, justicia y compasión hacia el planeta que compartimos.
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